Diez años del nuevo rey en el trono, pero no nos lo cruzamos y eso que estamos atentos para ver si encontramos algún famoso, un clásico de nuestras visitas, pero esta vez nos vamos de vacío.
Un gran fin de semana, recorriendo distintos rincones de la
ciudad para despejar la mente y olvidarnos un poco del día a día. Nos dedicamos
a descubrir rincones y curiosidades por la capital del reino. Un lujo al alcance
de unos pocos privilegiados.
Empezamos el viernes por el barrio de las letras, como no podía ser de otra manera, de cañas que por algo tienen fama de tirarlas muy bien y después de una gran cena en la bodega de los secretos, terminamos por Malasaña, en busca de diversión… pero los clásicos un poco de decepción, por lo que desistimos de la “movida madrileña” al ver las largas colas para entrar en La Vía Láctea y similares. Terminamos en el Moroco que, a pesar de que hay que pasar por caja antes de entrar, no había cola. Juraría que es mi primera vez, cómo pasan los años ... que ni protestamos y pagamos. Un “pureta” enchaquetado, en busca de música ochentera.
¡¡¡Madre mía que agujetas al día siguiente!!! No hay quien os
siga el ritmo.
El sábado comenzamos por Tirso de Molina, donde vemos el
lado más oscuro de Lavapiés, bares tradicionales, conquistados por las terrazas
repletas de turistas, codeándose con borrachos de día que están de volatín y
otros, que no tienen tanta suerte que parece que su salida, no tiene fin.
Curioso que terminamos en el hogar de jubilados, tras
pasar por la macabra calle de la cabeza – de carnero o de cura, pero chorreante,
para ver las mazmorras de la inquisición en el centro de mayores Anton Martin. Aún
se estarán acordando de nosotros por hacerle abrir la cárcel a los turistas bilbaínos.
Unos vermús mañaneros, para recuperar el ritmo y la
suerte de conocer uno de los bares con más encanto. Un clásico: La Taberna
Antonio Sanchez, un lujo. Espero que no cierren nunca estos locales donde se
respira historia, toreo y arte. Según dice Pio Baroja y Sorolla eran asiduos así
que algo de cultura se nos habrá pegado, o no.
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¡Me encanta el cartel de las torrijas a 15 céntimos cada una! |
La hora de la comida, una pena. Tensión con el vino en “el imparcial”. Esta claro que el 75% de los comensales, somos de bebernos el agua de los floreros. Un tinto joven madrileño, que se les había ajerezado, pero de algo tenemos que hablar, no va a ser todo cultura. Y cuando por fin se dignan a cambiarnos la botella, les habiamos dejado justo la muestra.
Por la tarde, más sorpresas. Además de rebuscar la farola de la segunda república en el Palacio Real, que tiene por corona una muralla, y hacer el tributo al Anciano Rey de los Vinos, visita al antiguo ayuntamiento – mira que he estado cerca muchas veces, pero otra novedad y con cárcel cerca. En la calle del codo, más sorpresas, una puerta con un arco morisco que nos cuenta nuestro guía que es una de las más antiguas, que es la de la real sociedad económica matritense. Parece que, por su tamaño y el ángulo de noventa grados, era una calle concurrida para los duelos y donde Quevedo – un clásico literario- solía vaciar la vejiga, por lo que según cuentan había un cartel que decía no se mea donde hay una cruz, y el artista le dio la vuelta, indicando que “no se coloca una cruz donde se mea”. Vamos un guarro.
Para
comenzar a hacer base, el clásico bocadillo de calamares. Uno para los cuatro
en el bar postas, junto a la Plaza Mayor. Y para no perder el ritmo, por la
latina, aprendemos que las cavas no tienen nada que ver con el vino, que eran los
fosos entre las murallas para defender la ciudad. Como todo se recicla pues se
usaron los muros defensivos para construir las paredes de las casas y de ahí el
nombre.
En cuanto a la recomendación gastronómica, esta vez es en
Segovia, en el restaurante Matimore, Casa Moreno desde 1956 en la plaza mayor
de Riaza. Los Judiones de La Granja, tardaré en olvidarlos, los “boletus edulis”
salteados y el cuarto de cochinillo asado con sus patatitas, impresionantes.
Menos mal que la benemérita solo hace control de alcohol porque sino nos bloquean
el coche hasta mañana, ya que no nos saltamos el arroz con leche.