sábado, 20 de septiembre de 2025

Avilés ¡Vaya joya !

A pesar de lo que algunas revistas turísticas hayan podido decir en el pasado, mi experiencia en Avilés ha sido una gozada. Lejos de ser "el pueblo más feo de España", nos encontramos con una villa grande y con encanto, donde el colorido de los suelos de sus calles y su arquitectura merecen mucho la pena.


Con una buena guia de viaje y un mejor guia, nos dedicamos a descubrir los trece puntos más interesantes. Me quedo con la curiosa iglesia de los Franciscanos. Está muy logrado el realismo del gesto del pudor humano, que, al menos para mí, es poco común ver en el capitel de la entrada: Eva y Adán tapándose las vergüenzas.


El mercado, otra bonita sorpresa. No solo por el buen género —pescados preciosos y enormes—, sino más bien por el precio de risa, comparado con las pescaderías de casa. ¡Cómo nos engañan en casa!

De noche, tras el picoteo, a bailar al Don Floro, no donde los guajes. Lo dimos todo, parecía que teníamos “los zapatos de baile”. Menos mal que el hotel Meliá —de lujo— está en pleno centro. Pero dura la mañana siguiente, aunque el desayuno reconfortante… Ya no estoy para tanto trote: destrozado.


El Centro Niemeyer pone un toque de modernidad brutal junto a la ría. Blanco, puro y lleno de vida, es el símbolo de la nueva Avilés. Eso sí, no se puede aparcar el coche fuera del horario de visitas porque cierran la valla.


De regreso… excursión a la Iglesia de Santa Cristina de Lena, una preciosidad prerrománica. Eso sí, la guardesa habla más rápido que un rayo: imposible de seguir, con mucho cambio de tema.


Y a tomar unas sidras y a comer en la plaza de Mieres.



“Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la isla de Manhattan, en Nueva York; el barrio romano del Trastevere; y la plaza del Requexu de Mieres.”—José Hierro (poeta). Está claro que algún día tendremos que ir a conocer el pueblo de Nueva York.

La recomendación gastronómica: Tataguyo, en pleno casco histórico. Una casona asturiana de piedra y madera donde te tratan brusco, pero bien. Su especialidad es la carne, pero me quedo con el pote asturiano: tan rico que dejamos el puchero limpio, ante el reto de la camarera. El requesón fue el punto final perfecto.

Una bonita escapada, en muy buena compañia

domingo, 14 de septiembre de 2025

Jubail y su pequeña Calcuta

Fin del verano… Comienza el año escolar, con todo preparado para que no me den capote.

Una semana en Al Jubail. En un hotel rodeado de una pequeña Calcuta. Se han olvidado de este barrio: basura y gente por doquier. Pasear por la playa da pena. Menudo basurero. A la noche todos los gatos son pardos e incluso hay osados que pescan.

 


Mucho trabajo. Salir tarde tiene su precio, aunque a veces también su recompensa. Una de ellas fue la luna que me encontré una de esas noches: impresionante, enorme, de color rojo. Pensé que era el polvo del desierto reflejado, que rasca la garganta. 


Pero al enviartela me dices que no, que había sido la luna de sangre, el momento cumbre del eclipse total, cuando nuestro satélite se viste de un rojo que da miedo y te hace sentir chiquito. Aunque no es todo bonito lo que se ve en en el cielo: otra vez me toca en este lado del golfo cuando hay ataques selectivos. Lo único que notamos son más ejército y aviones rompiendo y saltando la velocidad del sonido.

 


Antes de volver al aeropuerto, me regalé —y a Rafeek, el chofer— una visita relámpago a Ithra. Esta vez lo encontré cambiado, con más brillo, más vida. 


Valió la pena pagar la entrada solo por ver la imponente escultura Source of Light: tres árboles de bronce de más de 27 metros sostenidos por un cuarto árbol central, de acero inoxidable, hueco, conectado con los demás. Un símbolo de la energía que surge de la tierra y del sol, del petróleo que transformó la región y del crecimiento que trajo al mundo.



 

Buscando cómo subir hasta lo más alto del museo, terminamos en el restaurante turco Ruya. Muy majos, nos dejan subir hasta el piso superior. Son los ventanales iluminados superiores, ¡qué edificios! Tenemos que ir. Me WhatsAppeo con Abdulhakim Albaytar —el relaciones públicas—. El restaurante está en el piso 16. Tengo pendiente volver: bonito, elegante y sorprendentemente asequible.

 

La recomendación gastronómica: un restaurante indio. Y si además es con Rafeek como guía, la experiencia se multiplica. En el Peradiz Indian Authentic Restaurant probamos una selección que todavía recuerdo con una sonrisa. 


               Dynamite Shrimp

               Chicken Tikka Masala

               Lamb Masala


Peradiz Special Mixed Platter


Una explosión de aromas y sabores que reconcilian con el día, por muy largo o cansado que haya sido.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Croacia: sol, murallas y precios de escándalo

Una semana juntos – ocho noches- en verano nos recarga las pilas para todo el año. Este agosto ha tocado Croacia: historia, mar cristalino… y cuentas de restaurante que hacen sudar más que la subida al apartamento de Dubrovnik.

Más allá de playas, ferris o copas de vino prohibitivas, lo mejor siempre es viajar en familia. Un lujo estar los cinco. Nuestros “mocetones guardaespaldas” acompañando, alguna confusión divertida pidiendo teléfonos de camareras, y esas sonrisas croatas que solo conseguimos arrancar al dar las gracias en su idioma: suena como “bala”.


Las playas no nos han gustado mucho, sobre todo porque las comparamos con las de Grecia: pequeñas, con piedras, pero eso sí, un agua de revista y yates descomunales.  Compramos todo el kit playero (colchón para no clavarse las piedras, gafas, tubo y la pelota de rigor).  Eso sí, los croatas son muy pudorosos: cambiadores en todas las playas, aunque no tengan ni un grano de arena.

 

El primer día nos dimos cuenta en Sibenik que no madrugan, pero nosotros sí. A las 8 ya buscábamos café. Rico, fuerte… y acompañado de una escena que nos trasladó al siglo pasado: todavía se fuma dentro de los bares. 

Dormimos en el Sizgoric Palace, un par de apartamentos muy chulos en un edificio barroco con historia gótica. De esos sitios que te hacen sentir parte del decorado medieval. 



Desde aquí, excursión mañanera a las cascadas del parque natural de Krka, impresionante la fuerza del agua y profundas raíces de los árboles para aguantarla. Curioso lo de la central hidroeléctrica que fue la primera en iluminar una ciudad.

 

La siguiente parada, Trogir. Con encanto, aunque el apartamento bastante más flojito, en una zona de pescaderos, y algún pescado oloroso… pero la ciudad muy bonita.


 

Conducir por Croacia no es para cardíacos. Alquilamos coche y nos retuvieron 300 € “por si acaso”. Entre curvas y miedo a las multas, tras casi mil kilómetros conseguimos una media de 45 km/h.

Y para rematar la aventura automovilística: un dedo pillado con la puerta. ¡Qué dolor! Aún hablamos de ello como si fuera una batalla épica. Yo corriendo de un lado a otro como pollo sin cabeza. Tu mirándote el dedo apuntando al cielo. Los hijos buscando hospital, comprando hielo o rebuscando para cortar la hemorragia. A pesar de los problemas de idioma -y gracias a la tarjeta sanitaria europea-, nos topamos con una muy buena asistencia, un pequeño copago,  y una médica muy resolutiva.

 

A Korcula, llegamos por ferry. Una isla tranquila donde se respira otro ritmo. Para nosotros, un respiro perfecto. Toda la vida pensando que Marco Polo era veneciano, llegar aquí y te dicen que es croata, con casa natal y museo. 


Muy bonitas las bodegas. Muy familiares.



No hay duda: la ciudad antigua de Dubrovnik es impresionante. Nos esperabamos aun más gente. Sus murallas te hacen sentir dentro de una película medieval, pero los precios… ¡madre mía! Una copa de vino a 8 € cuando en los súpermecados encuentrabamos botellas enteras por la mitad. 

Y hasta la ducha de playa cuesta un euro. 

Lo tienen todo pensado para exprimir al máximo al turista y que salga con lo bolsillos vacíos. 



Lo mejor fue alquilar un barco con patrón, Bruno. Impresionante verle lanzar el ancla. Curiosamente, lo más barato de todo el viaje. Bebida incluida, olas incluidas también. Aún me estoy meciendo como si siguiera a bordo.

 

Comer en Croacia: Aquí llega la decepción.

Mucho plato italiano, poca identidad local y precios altos. Acabamos haciéndonos fans de los calamares fritos y de los ćevapčići unas salchichitas de carne picada a la brasa (barato, contundente y muy sabroso). Ojo,  muchas veces hay que pagar en metalico. Aunque ya estabamos sobre aviso , tuvimos que reponer efectivo. Por suerte, hay multiples cajeros en todas las esquinas, .. así que no hay problema. 


La recomendación gastronómica es el Aterina: buen servicio (que ya suma puntos), pez limón,  y los calamares, “muy top” la lasaña. Eso sí, el postre no estuvo a la altura. Torta od bosiljka (Pastel de Albahaca). Demasiado verde. 

 

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