lunes, 1 de septiembre de 2025

Croacia: sol, murallas y precios de escándalo

Una semana juntos – ocho noches- en verano nos recarga las pilas para todo el año. Este agosto ha tocado Croacia: historia, mar cristalino… y cuentas de restaurante que hacen sudar más que la subida al apartamento de Dubrovnik.

Más allá de playas, ferris o copas de vino prohibitivas, lo mejor siempre es viajar en familia. Un lujo estar los cinco. Nuestros “mocetones guardaespaldas” acompañando, alguna confusión divertida pidiendo teléfonos de camareras, y esas sonrisas croatas que solo conseguimos arrancar al dar las gracias en su idioma: suena como “bala”.


Las playas no nos han gustado mucho, sobre todo porque las comparamos con las de Grecia: pequeñas, con piedras, pero eso sí, un agua de revista y yates descomunales.  Compramos todo el kit playero (colchón para no clavarse las piedras, gafas, tubo y la pelota de rigor).  Eso sí, los croatas son muy pudorosos: cambiadores en todas las playas, aunque no tengan ni un grano de arena.

 

El primer día nos dimos cuenta en Sibenik que no madrugan, pero nosotros sí. A las 8 ya buscábamos café. Rico, fuerte… y acompañado de una escena que nos trasladó al siglo pasado: todavía se fuma dentro de los bares. 

Dormimos en el Sizgoric Palace, un par de apartamentos muy chulos en un edificio barroco con historia gótica. De esos sitios que te hacen sentir parte del decorado medieval. 



Desde aquí, excursión mañanera a las cascadas del parque natural de Krka, impresionante la fuerza del agua y profundas raíces de los árboles para aguantarla. Curioso lo de la central hidroeléctrica que fue la primera en iluminar una ciudad.

 

La siguiente parada, Trogir. Con encanto, aunque el apartamento bastante más flojito, en una zona de pescaderos, y algún pescado oloroso… pero la ciudad muy bonita.


 

Conducir por Croacia no es para cardíacos. Alquilamos coche y nos retuvieron 300 € “por si acaso”. Entre curvas y miedo a las multas, tras casi mil kilómetros conseguimos una media de 45 km/h.

Y para rematar la aventura automovilística: un dedo pillado con la puerta. ¡Qué dolor! Aún hablamos de ello como si fuera una batalla épica. Yo corriendo de un lado a otro como pollo sin cabeza. Tu mirándote el dedo apuntando al cielo. Los hijos buscando hospital, comprando hielo o rebuscando para cortar la hemorragia. A pesar de los problemas de idioma -y gracias a la tarjeta sanitaria europea-, nos topamos con una muy buena asistencia, un pequeño copago,  y una médica muy resolutiva.

 

A Korcula, llegamos por ferry. Una isla tranquila donde se respira otro ritmo. Para nosotros, un respiro perfecto. Toda la vida pensando que Marco Polo era veneciano, llegar aquí y te dicen que es croata, con casa natal y museo. 


Muy bonitas las bodegas. Muy familiares.



No hay duda: la ciudad antigua de Dubrovnik es impresionante. Nos esperabamos aun más gente. Sus murallas te hacen sentir dentro de una película medieval, pero los precios… ¡madre mía! Una copa de vino a 8 € cuando en los súpermecados encuentrabamos botellas enteras por la mitad. 

Y hasta la ducha de playa cuesta un euro. 

Lo tienen todo pensado para exprimir al máximo al turista y que salga con lo bolsillos vacíos. 



Lo mejor fue alquilar un barco con patrón, Bruno. Impresionante verle lanzar el ancla. Curiosamente, lo más barato de todo el viaje. Bebida incluida, olas incluidas también. Aún me estoy meciendo como si siguiera a bordo.

 

Comer en Croacia: Aquí llega la decepción.

Mucho plato italiano, poca identidad local y precios altos. Acabamos haciéndonos fans de los calamares fritos y de los ćevapčići unas salchichitas de carne picada a la brasa (barato, contundente y muy sabroso). Ojo,  muchas veces hay que pagar en metalico. Aunque ya estabamos sobre aviso , tuvimos que reponer efectivo. Por suerte, hay multiples cajeros en todas las esquinas, .. así que no hay problema. 


La recomendación gastronómica es el Aterina: buen servicio (que ya suma puntos), pez limón,  y los calamares, “muy top” la lasaña. Eso sí, el postre no estuvo a la altura. Torta od bosiljka (Pastel de Albahaca). Demasiado verde. 

 

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