jueves, 27 de noviembre de 2025

Praga: Fútbol e historia, qué gran mezcla

A veces, la mejor excusa para un reencuentro familiar llega siguiendo unos colores, esos que hemos mamado desde pequeños. El partido de Champions del Athletic en Praga era el motivo perfecto para conocer la ciudad de las mil cúpulas.

 Nuestra llegada a la capital checa fue de traca: nuestra taxista, Marcela, tuerta y sin dientes, nos cautivó con su historia y con su manera de conducir a la defensiva, girando la cabeza… Menos mal que pronto nos dijo que hablaba castellano. Nos contó que en la época comunista solo se hablaba ruso, pero que ella había tenido maestros privados. Toda una lección de resiliencia para empezar el viaje.

 


Casi todos en la familia ya habíais estado antes en la ciudad, una ruta casi obligada para los amantes de la buena cerveza.  El primer paseo nos llevó al majestuoso Puente de Carlos, caminando hacia el Castillo mientras seguían cayendo los copos de nieve. 


Un poco de cachondeo porque yo quería ver la puesta de sol, que en teoría ya empezaba. Paseo sin prisas, disfrutando de sus patios exteriores y de las vistas panorámicas de la ciudad al “atardecer”.

El Callejón del Oro —con el mal tiempo era de acceso gratuito— quedaba algo deslucido por la poca luz de la noche.

 

El reencuentro del Erasmus con los hermanos… ¡momentazo! Y para celebrarlo, fuimos a vivir la experiencia en la cervecería U Fleků, un local que funciona desde 1499. 




Difícil olvidar su sistema para servir las mesas: no preguntan qué quieres, simplemente pasan con bandejas de cerveza negra (Flekovské tmavé pivo, 13 graditos) y van apuntando las consumiciones con marcas en un papel blanco que dejan sobre la mesa. ¡Normal que lleven más de cinco siglos abiertos! ¡Qué buena la negra!

 

La noche, siguiendo la recomendación de Sú, nos regaló un paseo por las calles adoquinadas… y algún resbalón por el hielo. Me encantó la imponente Puerta de la Pólvora.

 

Al día siguiente, Praga amaneció teñida de rojo y blanco. Paseo —cruzándonos con el staff técnico— por las bucólicas calles de Malá Strana, un barrio a los pies del Castillo, hasta llegar a una pequeña plaza que esconde el Muro de John Lennon. 




Este enorme graffiti es un símbolo de libertad en la Checoslovaquia comunista. Tras el asesinato de Lennon, los jóvenes empezaron a pintar letras de sus canciones —prohibidas entonces— en el muro. La policía lo blanqueaba una y otra vez, pero los estudiantes insistían, día tras día, en un juego del gato y el ratón que finalmente ganó la resistencia pacífica. Hoy, el muro sigue siendo un lienzo de mensajes… y de alguna pegatina bilbaína.

Después, paseo al barrio judío, pero no estábamos para colas, así que no entramos ni en las sinagogas ni en el cementerio. Tendremos que volver.

 

Para el aperitivo, llegamos a la plaza Vieja, hasta el famoso Reloj Astronómico, punto de encuentro de la afición rojiblanca. Verlo una vez está bien, pero después de varias horas en punto… le vas sacando pegas.

La esperada noche del partido llegó, y con ella la aventura del transporte. La promesa de un “tren exprés para aficionados” resultó ser un metro con recargo y un paseo guiado por el googlemaps de media hora hasta el estadio.



En el campo, muchos cánticos y una pena el resultado, pero que nos quiten lo bailado. Siguiendo las instrucciones de Aitite, hay que celebrar antes del partido. El empate suena un poco a decepción y a fin de la aventura de la Champions. Este año no nos sale nada.


La recomendación gastronómica: cena en el señorial Café Imperial. Buenísimo el solomillo Wellington y los gnocchis de trufa con salsa de champán.

En la categoría de comida típica checa, nos quedamos con el restaurante U Provínice, donde el camarero se quedó un poco cortado cuando pagó el banquero. Triunfan el codillo, la costilla y los dumplings en salsa de espinacas.

 

Una gozada de viaje. La excusa perfecta para hacer muchas risas en una ciudad que lo tiene todo.

Lo mejor: la compañía.

 

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